Hola, gente bonita.
Francamente no sé cómo empezar este
escrito, si por lo que me ocurrió o por lo que me hizo pensar. Tratando de
ordenar mis ideas creo que lo justo sería hablar primero de lo ocurrido y ya
después adentrarnos en los supuestos y divagaciones.
Hace algunas semanas camino al
trabajo me pareció ver a lo lejos a una persona, un hombre, con el que dejé una
historia inconclusa. Él fue alguien muy cercano a mí en mis años de estudiante
y tiempo después, mucho tiempo después, intentamos tener una relación de otro
tipo. Las cosas no funcionaron o quizás nuestros caminos ya estaban trazados.
Resulta ser que esta semana,
derivado de un gran caos vial, fui obligada a cambiar mi ruta diaria al trabajo
por una que hacía tiempo no usaba. En realidad tenía tanta prisa que en ningún
momento reparé en el camino por el que andaba hasta llegado un punto, una pequeña
cafetería nada vistosa a mitad de una plaza cualquiera. Mientras caminaba hacia
ella sonreí un poco y decidí que si ya iba tarde no afectaría mucho si pasaba
por un café y una galleta.
Esperaba con calma a que me cobraran cuando llegó esa sensación de que
alguien me miraba, decidí voltear y ahí estaba él, sosteniendo su galleta y
haciendo tiempo, mirándome. Siendo realmente inoportuna la chica del mostrador
me indicó la cantidad a pagar y rompió ese muy sutil momento, perdimos el
contacto visual hice mi pago y salí, no sin antes dirigirle una última sonrisa
y despedirme con la mano, gesto que él respondió por igual. Hace más menos
cinco años, solíamos encontrarnos en esa cafetería para tomar algo antes de que
cada uno fuera a su trabajo. Tengo entendido que, con el tiempo, el también
dejó de usar esa ruta.
Y bueno, así es la vida de
curiosa, no? El resto del trayecto no pude más que pensar en una conversación
con una amiga en común, sostenida cuando apenas estaríamos cumpliendo los
veintes "van a llegar a los cincuenta ustedes dos sin ser capaces de
aceptar que se quieren". Y tal vez sí.
Entre las muchas divagaciones de
esa mañana recordé una leyenda oriental, esta que cuenta que las personas que
están destinadas a conocerse están conectadas por un hilo rojo, sin importar
cuánto tardes en conocer a esta persona, ni el tiempo que pases si verla ni
siquiera importa si vives en la otra punta del mundo: el hilo se estirará hasta
el infinito pero nunca se romperá. Un hilo rojo al que no podremos imponer
nuestros caprichos ni nuestra ignorancia, un hilo rojo que no podremos romper
ni deshilachar. Un hilo rojo directo al corazón, que conecta a los amores
eternos, a los profundos, esos que simbolizan el antes y por los que no hay
después.
No estoy aseverando que se trate
del amor de mi vida, creo yo que esa oportunidad ya la dejamos pasar, pero si
me resulta curioso cómo es que esta vida (esta perra vida!) acomode las cosas
para que pasen y también para que no.
Como es que a veces, de todas las
opciones random que un ser humano puede tomar en un mundo de posibilidades, de
una decisión tomada a otra, paso a paso te lleven directo a quedar frente a una
persona que ya habías dejado atrás. Y pienso, que camino de decisiones y
posibilidades lo llevo a estar en el mismo lugar a la misma hora a tantos años
y sinsabores de distancia. Y recordé: Tantos siglos, tantos mundos, tanto
espacio... y coincidir.
Bueno pues, eso es todo por hoy.
Espero que no les haya aburrido mi pequeña crónica de nada y que tengan un
excelente fin de semana. Vivan bonito, que nada les cuesta!
Un mapache meditabundo