Por definición, la lealtad es el
cumplimiento de aquello que exigen las leyes de la fidelidad y el honor. Según
ciertas convenciones, una persona de bien debe ser leal a los demás, a ciertas
instituciones y organizaciones (como la empresa para la cual trabaja) y a su
nación.
Entonces pues, se trata de una
virtud que se desarrolla en la conciencia y que implica cumplir con un
compromiso aun frente a circunstancias cambiantes o adversas. Es inherente al
aspecto moral, desde mi perspectiva.
La lealtad no es más que la
permanente devoción o fidelidad sobre aquello en lo que se sienta honrado a
pertenecer; es una convicción, en donde la persona se compromete con los
allegados de tal forma que estará presente en los buenos momentos, así como
también frente a cualquier dificultad.
Ser leal significa nunca darle la
espalda a aquello que reconoces como importante en la vida frente a cualquier
dificultad que se presente, demostrar lealtad es demostrar honor y gratitud por
todas aquellas personas unidas con cualquier vínculo sentimental.
En ese tenor de ideas si
contraponemos la lealtad con la fidelidad podemos observar que, a pesar de las
variadas similitudes, existen rasgos que las hacen distintas. En cuanto a la
fidelidad, esta es la conexión verdadera y honesta que existe hacia otra parte.
Está íntimamente vinculada a la lealtad, sin ser propiamente idénticas.
Se trata de la virtud de poder
cumplir una promesa. Esta promesa debe permanecer inmutable a pesar que todo
alrededor cambie. Se debe considerar siempre que el tiempo puede cambiar los
sentimientos y la forma de pensar de las personas también cambia. Ahí radica la
grandeza de la fidelidad: se cumple una promesa conscientemente gracias a su
voluntad. Por otro lado, la fidelidad se decide con el corazón, es decir, no
siempre se piensa claramente cuando se decide ser fiel.
La lealtad obedece a la razón, en
tanto que la fidelidad obedece al corazón. Que tengan una excelente semana,
lectores de todas partes!
Un Mapache Decadente