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Él...




Qué onda, visitantes de todas partes?

Hoy, en mi tercer post de la semana y a punto de que todos se retiren a sus casas a vacacionar por así merecerlo, quise subir algo relativo a la religión, sin clavarme en muchos rollos.

Por mi parte, acepto no ser la persona más religiosa de este mundo y tengo más dudas con respecto a ese tema que nada. Crecí en una familia en verdad devota y mi falta de interés en la materia siempre causó un poco de escozor e incomodidad. Creo firmemente que mi principal problema no es con la religión, per se, si no con la Iglesia. Pienso que al ser una institución humana tiene tantos defectos como el ser humano.

Entonces pues, el día de hoy pongo ante ustedes dos formas de describir a Dios que me gustaron mucho. Por una parte está J.J. Benítez, que en sus libros de ficción "Caballo de Troya" nos habla de un Jesús visto a través de los ojos de un viajero y lo describe como un hombre fuera del promedio, sin exageradas proporciones. Un hombre tibio al andar pero cálido al entablar contacto. Una persona que proyecta seguridad sin ser soberbio. Dicho en las palabras del viajero, un líder sin grandes esfuerzos, pero un hombre a fin de cuentas.

Por otra parte, me gusta mucho la forma en la que la expone el personaje principal de la película de Pi por lo que trascribo para ustedes sus líneas:



«Nadie conoce a Dios hasta que se lo presentan. Yo me inicié en Dios como hindú. En el hinduismo hay 33 millones de dioses. ¿Cómo no iba a llegar a conocer a algunos? Primero conocía a Krishna. (Se oye a su madre contarle una historia). “Una vez Yashoda acusó al pequeño Krishna de comer tierra. Quita, quita, niño malo. No debes hacer eso. No he comido tierra, le contestó Krishna.

Yashora replicó: ¿No? Pues, entonces, abre la boca. Y Krishna abrió la boca y vio el universo entero en la boca de Krishna” (Termina el relato de la madre y comienza un pensamiento de Pi recordando cuando era niño). En mi infancia los dioses eran como los superhéroes. Háhuman, el dios mono, que levantaba una montaña para salvar a su amiga Lakshmi. Ganesha, con cabeza de elefante, que arriesgó su vida para defender el honor de su madre Parvali. Visnú, el espíritu supremo, la fuente de todas las cosas. Visnú duerme flotando sobre el infinito océano cósmico, y nosotros somos producto de sus sueños.»

«Conocí a Cristo en las montañas cuando tenía 12 años. Visitábamos unos pacientes de Munnar,  cultivadores de café. Era el tercer día allí. Ravi y yo nos aburríamos como ostras. “Si te atreves te doy dos rupias. Entra en esa iglesia y bébete el agua bendita”. (Entra en una iglesia en un valle precioso y bebe del agua bendita a la vez que se queda mirando el crucifijo y unas imágenes del via crucis. Se acerca un sacerdote que le trae un vaso de agua). “Debes de tener sed. Toma, te he traído esto”. (El muchacho aprovecha para preguntarle) “¿Por qué un dios hace esto? ¿Por qué manda a su propio hijo a sufrir por los pecados de la gente corriente?”. (El sacerdote le contesta) “Porque nos ama. Dios le hizo accesible a nosotros, humano, para que pudiéramos entenderle. No podemos comprender a Dios en toda su perfección, pero podemos comprender el sufrimiento de su Hijo como el de un hermano”. (Entonces aparece una reflexión de Pi adulto) Eso no tiene sentido. Sacrificar a un inocente para expiar los pecados de los culpables. ¿Qué clase de amor es ese? (Prosigue reflexionando el chico) Pero ese Hijo no podía quitármelo de la cabeza. (Sigue haciendo preguntas al sacerdote) “Y si Dios es tan perfecto y nosotros no, ¿por qué ha querido crear todo esto? ¿Para qué nos necesita?”. (Finalmente el sacerdote le dice) “Solo basta con saber que Dios nos ama. Amaba tanto este mundo que ofreció a su único Hijo para salvarnos”. (El muchacho sigue con sus pensamientos) Cuanto más oía hablar al cura, mejor me caía aquel Hijo de Dios.»

«Alcancé la fe por el hinduismo y hallé el amor de Dios por Cristo. Pero Dios no había terminado conmigo (Se escucha al fondo el canto de llamada a la oración desde una mezquita). Los designios del Señor son inescrutables.

Y resultó que volvió a presentarse. Esta vez con el nombre de Alá. (Aparece mirando a un grupo en oración y luego, en su casa, rezando con la cabeza cubierta y una pequeña alfombrilla en el suelo) Allahu akbar. Mi árabe nunca fue demasiado bueno, pero el sonido de las palabras me acercaba a Dios. Al realizar el salat, el suelo se convertía en sagrado y lograba una sensación de serenidad y fraternidad.»

Así, esas dos imágenes son con las que esta su amable servidora se queda. Si han de salir, manejen con prudencia. Si no, por aquí nos estaremos viendo...

Un mapache de Pascuas


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